El amor romántico.
«Es la plenitud lo que
hace que una relación funcione, no los vacíos.» Bárbara De Angelis.
Una de las grandes equivocaciones que cometemos es pensar que
existen diferentes tipos de amor. Este tipo de pensamiento es muy infantil. No
hay diferentes clases de amor. El amor que existe entre una madre y su hijo, es
igual que el que vemos entre amigos o entre amantes. El amor real está en el
corazón de todas las relaciones. El amor humano es un reflejo del amor del
Creador, que no cambia con las formas ni con las circunstancias.
En consulta con frecuencia me encuentro personas que me
preguntan por qué no pueden encontrar una pareja que se relacione de forma
íntima y profunda. Lo interesante es que yo misma me hice esa pregunta muchas
veces. Cuando la gente se siente sola, es cómodo pensar que el otro no puede
entregarse y en el mejor de los casos, piensan que hicieron una mala elección.
La intimidad en un romance es como un curso de licenciados
universitarios para doctorarse en amor, cuando la mayoría de los miembros de
las relaciones de pareja apenas estamos saliendo de la escuela primaria. Cuando
estamos sin pareja, el ego nos hace creer que si la tuviéramos, toda soledad y
sufrimiento desaparecerían. Sin embargo, la realidad muestra que cuando una
relación de pareja perdura por un tiempo significativo, termina por sacar a la
superficie la mayoría de nuestro dolor existencial. De hecho, eso forma parte
de su propósito.
El amor nos pondrá a prueba de múltiples formas. Es frecuente
que esos desafíos se olviden mientras no tenemos una relación, pero lo
recordamos con mucha claridad cuando la encontramos. Las relaciones no
necesariamente nos libran del dolor. Lo único que nos «libra del dolor» es
sanar aquello que nos lo causa.
No es la ausencia de otra persona en nuestra vida lo que nos
provoca el dolor, sino más bien lo que hacemos con ella cuando está. El amor
puro no pide otra cosa que la felicidad para el otro, porque sabe que sólo de
esa manera podemos ser felices nosotros mismos. Viendo hacia atrás mis
relaciones, me pregunto en diferentes escenas ¿Cuántas veces quise que «él» fuera
feliz o que me llamara?
El puro amor hacia otra persona es el restablecimiento de la
comunicación del corazón, y eso asusta mucho al ego que se defenderá con todas
sus fuerzas. Aunque parezca paradójico, por una parte estamos ansiosos de amor,
y por otra haremos todo lo posible para bloquearlo de la forma que sea.
Cuando dos personas se unen en Dios, las murallas que
aparentemente las separan desaparecen. De repente el ser amado ya no es un
simple mortal, sino algo más…y de veras «es» algo más. Todos somos el perfecto
Hijo de Dios, y cuando estamos enamorados (en-amor-a-dos), por un instante
percibimos la verdad: No es nuestra imaginación, ese ser es perfecto.
La cosa es que tan pronto como aparece la luz, el ego se
empeña enérgicamente en extinguirla, y en un abrir y cerrar de ojos proyectamos
en el plano físico la perfección que hemos logrado mirar en el plano
espiritual. En vez de comprender que la perfección espiritual no tiene por qué
coincidir con la perfección material y física, empezamos a buscar desesperada y
dolorosamente que así sea.
Cada pareja que hacemos es perfecta, y aún pensamos que la
perfección espiritual de alguien no es suficiente. Entonces, esperamos que sepa
vestir perfectamente, que tenga unos modales perfectos, que sus pensamientos y
sentimientos sean perfectos para nuestras expectativas, etc. Y le vamos dejando
sin espacio para que pueda seguir siendo un ser humano. Nos idealizamos los
unos a los otros, y tan pronto uno de los dos no se muestra a la altura del
ideal, nos decepcionamos.
Rechazar a otro ser humano por el simple hecho de que es
humano se ha convertido en una especie de neurosis colectiva. Queremos mantener
una relación con el “alma gemela”, pero trabajar para que aparezca la persona
adecuada no sirve de nada si no estamos preparados para recibirla. Nuestros
compañeros del alma son seres humanos, como nosotros, que pasan por el proceso
normal de crecimiento.
Como personas, nadie está jamás «terminado». Sin importar
donde nos encontremos, la cima de una montaña es siempre la base de otra, y aún
si encontramos a alguien cuando nos sentimos «en la cumbre», lo natural es que
muy pronto pasemos por alguna circunstancia que nos confronte para seguir
creciendo. Lo que hace que esto sea inevitable es el compromiso del alma de
crecer. Al ego no le gustan las personas a quienes les «pasan cosas». No es
atractivo.
Casi todos nosotros tenemos historias de personas
maravillosas que abrieron oportunidades de relacionarnos, pero no siempre hemos
sabido cómo sacar el mejor partido de las oportunidades que hemos tenido. Yal
vez no “coincidimos” en objetivos, no nos dimos cuenta a tiempo de lo
maravillosas que eran esas personas, o no era nuestro “momento”. El amor
siempre ha estado en todas partes, el amor es lo único que existe, es el ego
quien lo bloquea, y su mejor razonamiento para lograrlo es que hay una persona
perfecta, sólo que todavía no ha llegado.
Nuestra vulnerabilidad ante el mito de la persona «adecuada»
nace de nuestra exaltación del amor romántico. El ego usa este amor que se
alimenta de las historias de películas, canciones y novelas para sus fines, y
de este modo ponemos en peligro nuestras relaciones al valorar de forma
desmesurada su contenido romántico. La desaparición de la fiebre romántica solo
anuncia la desnutrición de la relación para el ego.
En un curso de milagros nos dicen que nuestra tarea no es
buscar el amor, sino buscar todas las barreras que oponemos a su llegada.
Buscamos desesperadamente el amor, pero esa misma desesperación hace que lo
destruyamos cuando lo tenemos. Pensar que una persona especial va a salvarnos
nos lleva a imponerle una carga que ninguna pareja puede manejar. Todos los
reclamos, críticas y quejas hacia la pareja en realidad se dirigen hacia
nosotros mismos. Pero quien ha tomado a la vida tal cual se la dieron sus padres
está listo para sostener su propia carga sin traspasarla al otro.
Quien confía en la vida, sabe que siempre llegará lo mejor
para cada momento de su vida. El ego buscando no fallar sino lucir bien, pierde
la oportunidad de seguir adelante con sanidad. No es necesario recordarle a
Dios que nos gustaría tener relaciones maravillosas, Él ya lo sabe. Los
cabalistas enseñan que todo deseo es una plegaria. Es más inteligente decir:
«Señor, Dios nuestro, ayúdame a comprender que soy maravillosa solo por ser tu
hija», que decir: «Dios amado, ayúdame a conocer a alguien maravilloso».
Hace un tiempo oraba, decretaba, afirmaba, pedía en mi mapa
del tesoro que viniera un hombre fabuloso que me sacara de mi soledad. Luego,
me pregunté por qué no trataba de resolver ese problema antes de que él llegara
y es lo que he hecho los últimos tres años. Cuando pienso en esa época en que
me deprimía por causa del amor, encuentro nuevas fuerzas para acompañar a otros
a sobrepasar ese comportamiento. No necesito a alguien para llenar mi vacío,
pero si para compartir mi plenitud.
En todo el tiempo que llevo en psicoterapia no he escuchado a
ningún hombre que diga:
-¿Sabes? ¡Anoche conocí a una mujer desesperada y sola que es
fabulosa!
En una época mi canción icono era “Por ti me casaré”, de Eros
Ramazotti. Cuya última estrofa dice:
“…porque nuestro matrimonio es mucho más que un pacto
(por ti me casaré)
y al final seguro que todo será perfecto,
aunque somos diferentes somos casi exactos
y yo prometeré
que te querré
y tú también prometerás
que me querrás
hasta la muerte
todo es cuestión de suerte. Suerte!
por ti me casaré
cuando te encuentre
cuando sepa dónde estás, quién eres tú”.
Buscar a la persona «adecuada» es un pasaje seguro a la
frustración, porque no existe. Un corazón sano sabe que no hay persona adecuada
porque no hay persona inadecuada. Quienquiera que esté con nosotros, trae las
lecciones que necesitamos aprender para seguir adelante.
Si lo que desea tu corazón es una pareja, podría ser que el
Espíritu te traiga a alguien que no sea tu pareja definitiva, sino alguien que
te muestre el camino para sanar aspectos tuyos que es necesario que cures antes
de estar preparado para una relación con una intimidad más profunda. Creer en
el amor especial nos lleva a menospreciar todo lo que no vemos como adecuado
para la «relación definitiva». De esta forma el ego se asegura de que busquemos
pero no encontremos.
El problema de no tomarse la relación en serio si no parece
«la persona adecuada», nos hace estropear la situación por falta de práctica.
La persona está ahí, pero no estamos listos.
Un curso de milagros está alineado con lo que propone la ley
de atracción. Dice: “Nada sucede fuera de nuestra mente”. Lo que quiere
significar que la forma en que parece que una persona se nos muestra está
estrechamente vinculada con la forma en que nosotros elegimos mostrarnos a
ella.
El amor requiere nuestra participación. En una relación
sagrada asumimos un papel activo en la creación de un contexto en el que la
interacción puede desplegarse de la manera más sana posible. Trabajamos en
generar unas condiciones interesantes en nosotros, en vez de enfocar la
atención en ver si hay algo a nuestro alrededor que nos pueda interesar.
La madre Teresa pensaba que el ego busca a alguien que le
atraiga lo suficiente para abrirse a darle apoyo. Las personas adultas brindan
su apoyo a la gente para hacerla atractiva para su vida. Parte del trabajo
sobre nosotros mismos que nos prepara para una relación profunda, es aprender
cómo apoyar a otra persona para que sea lo mejor que puede ser.
En una pareja, cada uno de los miembros está llamado a
desempeñar un papel sacerdotal en la vida del otro, donde se apoyan para
facilitar el acceso a las partes más nobles de sí mismos. Lo que el ego no
quiere que veamos es que nuestro dolor no proviene del amor que no nos dieron
en el pasado, sino del que nosotros mismos no nos damos en el presente.
Las CF afirman que aún si hemos aprendido de nuestros padres
los caminos del desamor, perpetuar esas pautas negándonos hoy al amor no es la
mejor manera de salir adelante….El único camino hacia la luz consiste en entrar
en ella. Un curso de milagros enseña que «En cualquier situación, lo único que
puede faltar es lo que tú mismo no has dado».
En el cuento de hadas que el sapo se convierte en príncipe
vemos las conexiones psicológicas que existen entre nuestras actitudes hacia la
gente y su capacidad de transformación. El beso que logra la transformación
expresa el poder mágico del amor, que es capaz de crear un contexto en el que
alcanzamos nuestro potencial más elevado. Ni las críticas, ni el juicio, ni el
medo, ni otras actitudes con las que se pretenda cambiar a la gente pueden
lograr esto.
Lo que no se ama no se entiende. Nos mantenemos aparte de los
demás y esperamos que ellos muestren que son dignos de nuestro amor o se lo
ganen, pero las personas merecen nuestro amor sólo por el hecho de ser como
Dios las creó. Mientras esperemos que sean mejores, nos veremos constantemente
decepcionados. Sólo cuando optamos por unirnos a los demás, asintiéndolos y
amándolos se produce el milagro para ambas partes.
Publicado por Karina Pereyra
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